jueves, 11 de enero de 2018

8-Purgatorio.

                   U unna vez amigo, en esa lejana vida que tuve plagada de sueños prestados, intentó explicarme que, según sus estudios de espiritismo, aquellos seres que, después de morir, van a ese estado existencial que denominamos purgatorio (lugar  indeterminado de tránsito hacia lo que llamamos el cielo, en que las almas de los muertos quedan aparentemente retenidas) persisten allí, atrapados, por el apego pernicioso a los deseos y los vicios terrenales, mas que por un decantador de culpas de la justicia divina. Una concepción que me parece deja a medio camino la explicación entre el castigo divino y la fisiología de un cuerpo que tiende a desintegrarse lentamente por efecto mismo de las fuerzas naturales.
Hoy pienso que era un buen argumento de mi amigo para no dejar de parecer intelectual y  no entrometerse en un conflicto con dios, por las dudas exista.
                  Pero en el punto de este periplo sin distancias que tengo que sortear, y que por momentos (muchos) presiento estar merodeando la desembocadura final, entiendo un poco de lo que me quería explicar mi amigo. Pero es una comprensión desprendida del miedo que podía provocar tal revelación, con una dirección aleccionadora y controladora, a un adolescente. Mas bien, reconciliado con tanto desencanto embotellado en tan pocos años de dura pelea, con menos miedo que curiosidad, pienso que aún así, no esta del todo mal, ir desprendiéndose de apoco, si uno quiere, de las pocas armas que se pudieron adquirir para soportar una vida difícil.
                 Unos mas y otros menos, nadie puede decir que no quedo libre de el uso humano de estas armas. Cada quien sabe y está en su derecho de callar y hasta de mentir. Es al vicio defenderse de antemano. No se es santo en vida.
                 Tomados por un gozo mortífero, uno se convence, hasta el alma, que de algo hay de morirse. Porque no hay alma sin un ser humano que la tenga que cargar. Y el alimento del cuerpo muchas veces no es el alimento del alma.
                ¿Entonces que hago yo con todo esto?
                 No sé, ni me interesa, el destino que tendrá, en un eventual juicio final, mi alma. Tampoco me pongo del lado de mi costado biológico, que me ha jugado tan malas pasadas, un bromista como pocos.
                 Sin duda, mi cuerpo morirá.
                 A pesar de todo, ha sido mi mejor compañero en este viaje. No puedo estar menos que agradecido por lo mas mínimo que me ha ofrecido para disfrutar mi paso en este mundo; por cada gota de sensaciones y recuerdos. Para bien o para mal, ya dije que no me importa demasiado.
               El ultimo dolor que me quedaba por aplacar lo comprendí y lo curé gracias a la misma enfermedad de vivir.
               Por eso, acorralado por este calor de diciembre que sé puede matarme, como a cualquiera,  si no busco al menos una sombra y me dejo arrastrar por una caprichosa melancolía y una juvenil rabia de dejar asuntos pendientes, solo me queda respirar profundamente, cerrar mis ojos cansados, sentir en el aire caliente, el olor a cigarrillo, a perfumes baratos, los sonidos del viento entre las ramas de los arboles, las voces lejanas de los mas jóvenes que vuelan por la siesta bochornosa, como palomas mensajeras de destinos provisorios, pero no menos verdaderos.
               No es que amenice la espera de la muerte invencible, tengo mi estrategia.
               No presiento el Purgatorio, no me siento condenado. Tengo fe. En la verdad absoluta de este momento que disfruto en este mundo. Un mundo hecho a la medida, y el mérito, de los humanos.
               Me llevaré esta hermosa tarde de infierno y espera de tormenta al purgatorio, en donde no creo encontrar  almas desesperadas suplicando por un perdón, sino seres en paciente melancolía de una vida horrible que lograron hacer un poco mejor. A nuestra manera.
                Y no porque sea mi destino o mi castigo.
               Es mi patrimonio.






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